El sionismo, desde su surgimiento a finales del siglo 19, se ha presentado como un movimiento de liberación nacional para el pueblo judío. Sin embargo, detrás de esta fachada se esconde una ideología expansionista y excluyente que ha causado estragos no solo en Palestina, sino en la geopolítica global. Más que un simple proyecto político, el sionismo es un meta-proyecto de restauración judaica basado en una interpretación distorsionada de la historia y la religión, con consecuencias devastadoras para los pueblos oprimidos bajo su influencia.
El sionismo moderno, impulsado por figuras como Theodor Herzl, buscó secularizar la idea mesiánica judía de un “retorno a Sión”. Sin embargo, su narrativa se alimenta de mitos religiosos, como la supuesta “promesa divina” de la tierra de Palestina al pueblo judío.
Esta justificación teológica ha sido utilizada para legitimar la expulsión de los palestinos de sus tierras, en lo que ellos llaman la “redención de la tierra”.
Organizaciones sionistas religiosas, como Gush Emunim, han promovido activamente la colonización de Cisjordania, argumentando que es un mandato bíblico. Esta fusión entre nacionalismo y fundamentalismo religioso ha llevado a una política de apartheid, donde los palestinos son tratados como ciudadanos de segunda clase o, directamente, como invasores en su propia tierra.
El sionismo no se limita a la creación de un Estado judío en Palestina; es un proyecto global que busca consolidar el poder político, económico y militar de una élite bajo la bandera de la identidad judía. Este meta-proyecto incluye: influencia en política internacional mediante cabildeo a los más altos niveles, control financiero, guerras por influencia regional y represión de la disidencia.
Desde la Nakba (catástrofe) de 1948, cuando más de 700 mil palestinos fueron expulsados de sus hogares, el sionismo ha implementado un régimen de ocupación, apartheid y limpieza étnica.
El proyecto sionista no solo oprime a los palestinos; es una amenaza para la soberanía de otros pueblos. Su alianza con el imperialismo occidental ha fomentado guerras, inestabilidad y violaciones a los derechos humanos. Además, su narrativa victimista oculta su papel como opresor, manipulando la memoria del Holocausto para justificar crímenes actuales.
Es necesario aclarar, con el debido respeto, pero con firmeza, que toda crítica al sionismo como ideología política o al Estado de Israel como proyecto colonial corre el alto riesgo de ser inmediatamente etiquetada como “antisemitismo” o incluso equiparada con el fascismo. Esta peligrosa tendencia no solo es intelectualmente deshonesta, sino que impide el debate necesario sobre uno de los conflictos más prolongados y destructivos de nuestra era.
El sionismo, como movimiento político, no representa a todos los judíos, del mismo modo que el Estado de Israel no habla en nombre de todo el judaísmo.
Muchos judíos, tanto religiosos como secularizados, han rechazado históricamente el sionismo por considerarlo una distorsión de sus tradiciones espirituales y una justificación para la opresión. Confundir crítica política con odio racial es un recurso manipulatorio que solo beneficia a quienes buscan silenciar las voces de los oprimidos.
Nuestra civilización no se destruirá únicamente con bombas, sino mucho antes, con la deshumanización sistemática del “otro”, con la demonización del que piensa distinto y con la imposición de un relato único que anula la empatía y la justicia. Invocar fantasmas del pasado para acallar el presente no es más que un conjuro supersticioso que nos aleja de la racionalidad y nos hunde en el abismo del fanatismo.
En la era de la posverdad valga tal vez la aclaración: esta colaboración no incita al odio, sino busca exponer una realidad histórica y geopolítica desde una perspectiva crítica. La verdadera lucha contra el racismo y la discriminación comienza reconociendo todas las formas de opresión, incluyendo aquellas que se escudan en narrativas de victimización para perpetrar violencia.
Solo a través del diálogo honesto, la memoria histórica y la solidaridad con los pueblos oprimidos podremos evitar la autodestrucción moral de nuestra era y sus grotescos efectos.