Dar de beber a la ciudad
Hace algunas semanas retomaba un elemento icónico de nuestra ciudad: el Acueducto del Cubo. A pesar de su notoriedad y de su fama turística, poco se sabe acerca de esta obra hidráulica.
Durante los casi cien años que estuvo en funcionamiento, el acueducto proveyó de agua potable a una parte considerable del espacio urbano zacatecano.
El agua se sacaba de la noria de “La Encantada”, que para 1878 contaba con un motor de fierro que movía una rueda con una cadena de 103 cubos, con capacidad de tres a cuatro litros cada uno, es decir, extraía 8 mil 652 litros por hora, y de ahí se almacenaba en dos depósitos conocidos como “El tanque” y “el Cubo”, desde éste último era conducida a través del acueducto a la fuente de la plaza de Villarreal.
El acueducto, en su longitud original, medía más de un kilómetro [1 mil 215 metros (m)] y en su superficie corría un canal o ducto de 1 m de ancho y 30 centímetros (cm) de profundidad por donde corría “una naranja de agua”, es decir, aproximadamente 1 litro por segundo (l/s), 3 mil 600 litros por hora (l/h).
A pesar que desde el siglo 16 la ciudad contó con varias fuentes, de las cuales la población podía satisfacer sus necesidades, desde su construcción y durante todo el siglo 19 no hubo otra fuente que proporcionara agua potable como lo hacía la fuente de Villarreal.
Al parecer era la única con agua lo relativamente buena para consumo humano, ya que cuando llegaba a faltar el líquido que provenía de las minas aledañas, todas las fuentes –a excepción de ésta- se llenaban con agua del arroyo.
Así lo manifiestó un vecino inconforme en 1846: “luego que cesó el desagüe de la mina de San Clemente, cesaron también de surtirse de agua las fuentes de la Calle de San Francisco, las de las plazas del Estado, principal, Tacuba y San Juan de Dios, es decir, todas las de la ciudad a excepción de la de Villarreal.
“Desde aquella fecha, se hallan regularmente secas y cuando alguna vez les llega a surtir, es de agua de la que corre por el arroyo principal […] ¿Y quién no conoce que el agua del arroyo es capaz de ocasionar diversas enfermedades y aún una peste general a toda la población?”
Posteriormente el mismo vecino expone algo que se sabía con seguridad: el líquido del arroyo estaba totalmente contaminada de minerales, basura y en general, todo tipo de inmundicias que recogía a su paso.
Su consumo era pernicioso para la salud. La constante preocupación de las autoridades y de la población en torno a la calidad del agua, hacía que el análisis de la misma fuera algo constante.
A pesar de la preocupación, pocos eran los intentos para encontrar un sistema más eficaz de aprovisionamiento que incluyera agua potable para todas las fuentes, o por lo menos que impidiera que el líquido del arroyo se siguiesen utilizando.
El agua de las minas también resultaba dañina, pues en 1853 el encargado de la comisión de aguas señalaba que el líquido que llegaba a las fuentes de la plaza del mercado y la de San Juan de Dios proveniente de la mina de Quebradilla, causaba un grave daño a la salud.
Según el encargado, el líquido contenía mucha alcaparrosa que hacía “tan acre el agua que el fierro de las caderas se estaba carcomiendo”; denunciaba que la gente, ignorando qué clase de líquido contenían las fuentes, la utilizaba para los alimentos que vendía o incluso la tomaban, introduciendo un mal mayor aunado a la proximidad del cólera.
Peor aún afirmaba que en el mismo caso se encontraban las fuentes de la plaza de García y la de Gobierno, ya que se surtían de un tanque ubicado a espaldas del convento de San Francisco que recogía líquido del arroyo. Mencionando que el único cuerpo de agua del cual pueden surtirse las fuentes de la ciudad (La Encantada), termina proponiendo que el agua de Quebradilla se use exclusivamente para regar la Alameda y que la fuente de Villarreal se siga llenando sin falta.
La importancia pues del acueducto y de la fuente de Villarreal era vital y de ello continuaremos hablando la próxima semana.