CIUDAD DE MÉXICO. Érase una vez, que un cinefotógrafo mexicano, increíblemente talentoso e internacional, se decidió a filmar su primera película como director. ¿Cómo acometer este reto? Llevando al cine, una de las novelas mexicanas más emblemáticas: «Pedro Páramo». La vara está alta.
Juan Preciado (Tenoch Huerta) camina sin rumbo. Muerto de calor, le pregunta a un campesino (Noé Hernández) que dónde está Comala. El hombre contesta que él también va para allá y pregunta al foráneo la razón de su visita. «Busco a mi padre, Pedro Páramo.»
«Yo también soy hijo de Pedro Páramo,» revira el campesino.
¿Cómo llevar al cine una novela de realismo mágico, en el que el tiempo y el espacio se confluyen y confunden? Podría parecer no tan difícil, pues el cine tiene esta cualidad de aglutinar intenciones y sueños; pero tal cual sucede en Comala, las apariencias, son un engaño.
Lo que hace Prieto es tomar la misma dirección que la novela, con todo y el orden -o desorden- en cuanto a personajes y diálogos. Lo que resulta es un filme apegado al texto, pero con el trazo impalpable ad-hoc a un fotógrafo: a través de imágenes etéreas que captan esta ensoñación constante.
Lo curioso, es que justo ahí está la mayor ventaja de la película, y a la vez, su mayor limitante: estos retratos oníricos, son de ritmo pausado, acompañados de medias palabras, voz en off y de enigmáticos significados, un ejercicio increíblemente demandante y complejo para un espectador promedio. Poco accesible para quien no conoce el escrito.
Sin duda hay una buena dirección de actores: sobresalen Manuel García Rulfo (pariente lejano del autor), Roberto Sosa, una breve pero significativa Ilse Salas y una excelente Mayra Batalla como Damiana.
En el último tercio, justo con la aparición de Salas, la película parece repuntar y agilizar el rumbo. La imagen final que nos llevamos del filme es, eso sí, un mexicanismo palpable que exuda por cada pixel. No hay un momento pocho o agringado, o una intención de facilitar el texto.
Ésta es la película que quería hacer Rodrigo Prieto. No es precisamente dócil, pero vale la pena el esfuerzo.