Historias de agravios y perdones
Si ha estado pendiente de las noticias en los últimos días, a estas alturas ya sabrá que España no acudirá a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum el 1 de octubre, es decir, no mandará representante.
Los medios mexicanos y españoles tomaron la noticia como polémica que resurge de las cenizas, avivando los ardores de una herida que para algunos continúa abierta. Y es que los agravios resucitaron después de que el Rey de España no fuera invitado a la ceremonia de investidura ya que cometió el pecado ominoso de no haber pedido perdón, a nombre de su nación, por los crímenes de la Conquista.
Vuelve a la memoria aquel día de 2019 en que Andrés Manuel López Obrador solicitó que España pidiera perdón por la Conquista de México.
Los intelectuales españoles se arrancaron los cabellos ante tal petición que consideraron un sinsentido ante las circunstancias particulares del hecho histórico: hicieron hincapié en que no existía un colectivo unificado -la nación mexicana-, sino un conjunto pluriétnico a cuya cabeza estaba el pueblo mexica.
También mencionaron que fueron un puñado de españoles, apoyados por cientos de indígenas hartos del yugo azteca, los que finalmente apoyaron la caída de México-Tenochtitlan.
Para los mexicanos, la percepción puede ser muy diversa. Habrá quienes repitan incansablemente que si los españoles no nos hubieran conquistado nuestra historia sería muy diversa. Y aunque tal premisa parezca ociosa -en términos de que no podemos modificar el pasado ni recurrir a los hubiera-, la historia en común que nos une con quienes consideramos ancestros explica en gran medida nuestra empatía y dolor ante la destrucción de su mundo.
Sin embargo, el punto nodal, a mi perspectiva, no tiene tanto que ver con sanar la herida o el dolor por el pasado a través de un perdón externo, tiene que ver con actuar en consecuencia de lo que esa experiencia dejó.
Los errores -u horrores- de la Conquista se explican en la medida en que se entiende el contexto en el que se dieron. Tanto españoles como mexicas estaban imbuidos en contextos violentos de dominación al otro, y encadenándolo a la realidad global de aquel entonces, la colonización, anexión o conquista de territorios era el pan de cada día.
¿Entonces qué sería actuar en consecuencia? Si se exige un perdón por los agravios a las comunidades prehispánicas, entonces también se debería poner atención a las comunidades indígenas del presente, evitando reproducir la narrativa indigenista del siglo 19 y 20, en la que se ensalzaba a la gran raza de bronce, pero se mantenía en la ignominia a las cientos de comunidades indígenas que incluso, en algunos territorios, eran exterminados bajo recompensa.
Se debería pedir perdón por los errores del siglo 20 y por las múltiples ocasiones en que la muerte también ha asomado la cabeza. La situación no es muy diversa si lo pensamos con detenimiento. El agente colonizador es el mismo, pero bajo supuestos de modernidad y progreso, también explicables en los diferentes contextos y latitudes.
La historia de agravios y perdones es amplia. Países como Francia, Reino Unido o Bélgica pidieron perdón por sus procesos colonizadores en África, respectivamente. Japón y Alemania lo hicieron por los crímenes cometidos por sus connacionales en la Segunda Guerra Mundial, mientras que Canadá y Australia lo hicieron por las poblaciones indígenas.
En resumen, podríamos decir como reflexión, que lo único que nos ha enseñado la historia es que, lastimosamente, la barbarie y el sinsentido siempre se repiten. Es nuestra responsabilidad que hechos así no vuelvan a pasar, para que esa historia de agravios y perdones no se vuelva la mecánica natural en el camino de la humanidad.