De ciudad colonial a ciudad cultural
Cuando pensamos en Zacatecas, solemos imaginar sus calles de cantera rosada, sus edificios antiguos, sus plazas llenas de historia y su cielo azul inconfundible.
Esta imagen, que hoy parece tan consolidada, es en realidad el resultado de muchos procesos de transformación urbana y cultural que, poco a poco, fueron moldeando la ciudad hasta convertirla en lo que es hoy: un destino turístico, patrimonial y cultural.
Uno de los momentos clave llegó en 1993, cuando la UNESCO otorgó a Zacatecas el título de Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Este reconocimiento no solo puso a la ciudad en el mapa internacional, sino que también detonó una serie de políticas públicas orientadas a fortalecer la oferta cultural, rehabilitar el Centro Histórico y promover eventos que atrajeran a visitantes nacionales y extranjeros. Fue a partir de entonces que Zacatecas comenzó a proyectarse, con mayor fuerza, como una ciudad cultural.
Este nuevo rumbo se vio acompañado de la creación y consolidación de festivales que aprovecharon los espacios públicos como escenarios para las artes. El Festival Cultural de Zacatecas (FCZ), que inició en 1986, fue creciendo año con año y se convirtió en un referente no solo local, sino también nacional.
A través de sus conciertos, exposiciones y presentaciones artísticas, se fue construyendo un nuevo imaginario sobre la ciudad: ya no solo como un lugar histórico, sino como un espacio vivo, donde la cultura y las artes ocuparon un lugar central.
Sin embargo, este impulso cultural vino acompañado de profundas transformaciones urbanas. Para hacer la ciudad más accesible al turismo, se rehabilitaron fachadas para mantener la apariencia “colonial” que tanto se ha defendido desde la segunda mitad del siglo 20, se ampliaron banquetas para facilitar la circulación peatonal y algunas calles se cerraron al tránsito vehicular.
Además, en este proceso, se buscó reubicar el comercio informal y “limpiar” el Centro Histórico del ambulantaje, lo que generó tensiones y debates que hasta hoy siguen vigentes. Por un lado, están quienes consideran que el ambulantaje “afecta la imagen” de la ciudad; por otro, están quienes defienden estos espacios como parte del tejido social y económico local.
Un ejemplo claro de estas transformaciones fue la peatonalización de la plazuela Miguel Auza en 2009. Hasta ese año, permitía el paso de vehículos, pero se cerró al tránsito como parte de un proyecto que también incluyó la rehabilitación de la fachada del ex templo de San Agustín, el rescate del templo de Santo Domingo y la consolidación del museo Pedro Coronel.
Según las autoridades de la época, el objetivo era abrir más opciones para el turismo y mejorar la experiencia de quienes asistían a los festivales. La obra se entregó justo a tiempo para el FCZ 2009.
El cambio; sin embargo, no estuvo exento de críticas. Algunas personas lamentaron la desaparición de elementos simbólicos, como el famoso “árbol de los enamorados”, que fue retirado durante la remodelación. Otros no estuvieron de acuerdo con el cierre de la circulación vehicular, pues modificó las rutas y dinámicas cotidianas de quienes habitaban y transitaban por la zona.
Aun así, la plazuela Miguel Auza ganó una nueva identidad: se fortaleció la presencia de bares, restaurantes y cafés, y se consolidó como uno de los escenarios principales para eventos culturales y artísticos.
Estos procesos ponen sobre la mesa una pregunta importante: ¿quién decide cómo debe transformarse una ciudad? En teoría, las transformaciones urbanas deberían ser resultado de consensos, donde las necesidades de los habitantes estén al centro de la discusión.
Pero en la práctica, muchas veces las decisiones se toman desde las oficinas gubernamentales y los proyectos avanzan sin consultar a la ciudadanía (aunque luego hay felices ejemplos de lo opuesto).
Un caso especialmente polémico fue la remodelación de la Plaza de Armas en 2015. El proyecto se presentó como un intento de devolverle a la plaza la apariencia que tenía en el siglo 19, con áreas arboladas y un quiosco, pero desde su anuncio generó inconformidad.
La maqueta se mostró en reuniones cerradas, sin mayor socialización con la población, lo que dejó la sensación de que el proceso no fue transparente. La obra se terminó en septiembre de ese año, también a tiempo para el Festival Cultural Zacatecas 2016, lo que puso de relieve el interés de convertir este importante emblema citadino, en un foro adecuado para los espectáculos proyectados.
Estas historias nos recuerdan que las ciudades no son solo escenarios para el turismo ni escaparates de postal. Son espacios donde la gente vive, trabaja, sueña y construye sus relaciones cotidianas.
Por eso es fundamental que las transformaciones urbanas se piensen con la participación de quienes habitan la ciudad, para que las decisiones no desplacen a las personas ni borren los paisajes que forman parte de su memoria y su vida diaria, ¿o usted qué opina?
*Maestra en Estética y Arte