Presentes para papi
Según las estadísticas, la mitad de México crece sin padre. Qué frase tan mala para comenzar un texto que podría ser bonito. Como sucede con el resto de los festejos impuestos por el calendario y por el contexto en turno, se pueden realizar acciones que casi no requieran intervención alguna del ejecutante, sino más bien, solo dejarse llevar por lo que ofertan las señales gratuitas y siempre al alcance de cualquier bolsillo.
La propaganda virtual y real —que es la misma— decora con fotografías de sonrientes, guapos y poco requemados padres, abrazando a sus igual de sonrientes, guapos y poco requemados hijos, siendo apapachados casi como los potenciales compradores se lo merecieran.
Qué ganas de ser ése que pretende ser yo, o que más bien, pretendo comprar. La publicidad inspira a consumir corbatas, asadores, sombreros, vinos tintos, carteras y todos esos productos que suponen creativas opciones para demostrarle a las figuras paternas, todo eso que no podría expresarse de otra manera.
Seguramente, un asador sería un buen regalo. Nada como una carnita asada como pretexto para convivir con los que dicen ser parte de la familia y emborracharse lo suficiente como para poder expresar las verdades escondidas, ésas que solo pueden externarse con un toque de alcohol en un día de asueto y, preferentemente, con música sobre el desamor de fondo.
El olor a humo recordaría lo salvajes que pueden ser, los otrora civilizados hombres controlando su fuego privado, quemando madera con ocote, comprada en oferta para asar pedazos de bestias que cazaron en el peligroso frigorífico de un Walmart.
La testosterónica intención puede acentuarse portando outfits adecuados como camisas a cuadros, rojas y de franela, para que se sepa bien quienes son los machos alfa de la histriónica relación.
Los perfumes nunca pasan de moda. Podrán pasar los precios, quizás las etiquetas o la intención del contexto, pero los aromas no. Qué mejor que oler a sándalo, cuero, madera o todo eso semiamargo a lo que, se supone que deben de oler los verdaderos hombres. No vaya siendo que se huela demasiado a frutas, florecitas o notas muy dulces y vaya a confundirse el bragado y bigotón señor con una bella, tierna y delicada damisela.
Quién no quisiera ser lo suficientemente atractivo comenzando por oler lo suficientemente bien, como para parecerse a los modelos de perfumes que nadie se sabe a qué huelen hasta que ya se compraron. Qué padre ha de ser viajar por Venecia o navegar en el mar, al alcance del disparo de una botella. Ni parece que esos atractivos personajes tuvieran preocupación alguna por ser medianamente responsables padres como los que tampoco abundan acá en el otro lado, cuanta efectividad comercial.
Puede faltar el presupuesto, pero nunca la intención. Una caja de herramientas puede servir, o quizá su versión aventurera a modo de navaja suiza, tal vez una hielera, un pomo o, ya de perdido, una corbata, unos calcetines o un chocolatito semiamargo que, por fortuna, venden junto a los pedazos de bestias en Walmart.
Casi cualquier objeto es bueno para demostrarle al viejo lo importante que ha sido en su intento por criar a sus pequeños vástagos que, en el mejor de los casos, cometerán sus propios errores al momento de criar a los suyos, y así sucesivamente hasta que quizás se naturalice de perdido criarlos y estar presentes, no como ahora. Porque, al parecer, tener poco padre todavía no resulta lo suficientemente ofensivo como para considerarse cultural y socialmente un verdadero insulto.
Ni cómo festejar a los ausentes. Pero, a falta de festejables, siempre habrá abuelos, tíos, vecinos o, ya de perdido, arrimados que permitan ser adoptados como figuras paternas, y así darle la razón a Freud en eso del edípico odio contra alguien tan masculino y salvaje que hasta resulta enemigo.
Porque padre no es el que engendra, sino aquel que el engendrado cree que merece recordarse para recibir corbatas, asadores, herramientas, calcetines o un chocolatito semiamargo. Esas cosas que, según el calendario y el contexto en turno, son necesarias para decir lo que no podría expresarse de otra manera, de una más bonita.
Por ejemplo, con una recomendación de regalos para papis, y no sobre bastardos datos estadísticos que siempre resultan malas frases para comenzar un texto sobre presentes.