Las fuentes perdidas… y halladas (1)
En 1991 salió a la luz un texto de Federico Sescosse titulado Las fuentes perdidas. En él, el autor se dedicó a elaborar un recuento histórico de aquellas fuentes de abastecimiento público que alguna vez existieron en la ciudad de Zacatecas, especialmente aquellas construidas durante el periodo novohispano.
Como toda ciudad importante, hubo distintos puntos de suministro que dotaban de agua para consumo humano a los pobladores de Zacatecas. Si bien, no es mi intención elaborar un exhaustivo recuento de todas y cada una de ellas -que por lo demás están bastante bien documentadas en el propio libro de Sescosse-, baste decir que gracias a esta publicación tenemos datos puntuales de fuentes desaparecidas como la de Villarreal, la de la Plaza Mayor o la fuente de la plaza de San Agustín, sustituida por el monumento a Miguel Auza.
Las fuentes abordadas por Sescosse tenían un fin fundamental: dar de beber a la ciudad. Eran puntos de provisión del vital líquido en los que se congregaban aguadores y personas en general.
Aunque su utilidad era clara, no por ello dejaban de ser monumentos ornamentales y de importancia vital dentro del diseño urbanístico. Su presencia podía enmarcar plazas porque engalanaban el paisaje urbano, no pasando inadvertidas por los artistas, pintores y luego fotógrafos.
Con el paso del tiempo y la modernización de la infraestructura hidráulica, al menos en México, las fuentes dejaron de ser espacios de suministro para pasar a ser elementos -ahora sí- meramente ornamentales o si se quiere, de esparcimiento. Si quisiésemos hacer una muy sucinta recopilación de las fuentes que actualmente decoran la ciudad, podríamos nombrar las siguientes.
Empecemos con aquellas que fueron autoría del propio Federico Sescosse. El defensor del patrimonio zacatecano, animado por darle una uniformidad arquitectónica y estética a la ciudad, diseñó dos: la fuente de Los Faroles y la fuente de Los Conquistadores, cuya factura sustituyó a otra más antigua de formas más sencillas.
Ubicada en la calle de Tacuba, la fuente de los Faroles fue inaugurada en 1958. El diseño de Sescosse es visible en la medida en que se recuperaron elementos arquitectónicos del barroco. Su fuste, es decir, el cuerpo central que sostiene a la propia fuente, contiene adosados varios roleos o festones ondulantes que le dan movimiento y exuberancia; debajo de ellos, dos tazas circulares recogen la caída del agua, siendo la segunda de ellas una concha, muy utilizada en la arquitectura barroca religiosa.
La base de la fuente también es un círculo moldurado que onda suavemente hacia fuera. El remate es sumamente interesante y hasta cierto punto novedoso, pues tiene cuatro farolas de hierro forjado, las cuales dan el nombre a esta fuente.
Por su parte, resulta aún más barroca la fuente de Los Conquistadores. Recuperando la caprichosa forma del estípite, una especie de columna con forma de triangulo invertido que también podemos admirar en la portada lateral de San Agustín.
Sescosse diseñó una complicada composición que simula un baldaquino. Un baldaquino es una composición arquitectónica utilizada principalmente para cubrir un altar, un trono o un elemento solemne. Fueron muy utilizados dentro de la pompa barroca -como para cubrir el trono de Luis XIV o las sillas de diversos prelados- y generalmente contenían pesados cortinajes de ricas telas.
Como breviario cultural, el baldaquino más famoso es el de la Basílica de San Pedro, elaborado por el propio Bernini.
Volviendo a la fuente de Los Conquistadores, podrá notar que el cuerpo principal de la fuente es, de hecho, un baldaquino que cubre los nombres de los cuatro conquistadores. Cada lado, dedicado a uno de ellos, posee cortinajes labrados en cantera que surgen de un arco de medio punto, como si de un escenario se tratase.
Encima de esta “puesta en escena” se encuentran los escudos heráldicos de los cuatro españoles. Como remate, cuatro roleos dan pie a una cruz sobre el orbe, simbolizando la cristiandad no solo de los cuatro personajes, sino en general del imperio español. Por cuestiones de espacio me limito a terminar aquí, esperando contar con su lectura de la segunda parte en la próxima semana.
(En atención al doctor Kevin Hernández, por las amables lecturas de esta editorial y por la sugerencia de hablar de las fuentes zacatecanas)
*Maestra en Estética y Arte