Los que nomás iban pasando
A pesar de que protestar pueda ser considerado como un acto de manifestación de propósitos determinados, en una protesta se ven involucradas al menos tres partes: los que protestan, a los que se dirige la protesta y los afectados que suelen ser distintos a los anteriores.
Se puede protestar por múltiples causas, casi siempre tan legítimas como puedan justificarse con discursos dirigidos a la opinión pública y que suelen versar sobre descontentos con las acciones del gobierno en turno, sobre exigencias de aumentos salariales y prestaciones o como solicitudes de urgentes modificaciones a leyes o reglamentos.
Como manifestación necesariamente pública, la protesta puede realizarse saliendo a las calles e involucrando a los transeúntes que casualmente pasaban por ahí, con una especie de urgente invasión a la atención ajena a través de cartulinas de colores vistosos, panfletos y consignas disparadas por megáfonos para que no queden vivas las inconscientes dudas.
Los protestantes se pueden reunir por voluntad propia o ajena para congregar una cantidad de personas lo suficientemente importante para que los volteen a ver. También se pueden hacer protestas individuales, pero los tumultos suelen llamar más rápido la atención.
Montones de gente suelen caminar de un punto a otro impidiendo que nadie más pase por esas vías en esos mismos momentos, algo así como dando total prioridad a sus asuntos, porque seguramente son más importantes que cualquier otro no manifestado.
Los que toleran y apoyan son aliados, los que no, son inconscientes mal informados. Hasta el momento no se han realizado protestas en contra de las protestas por lo que se supone que invadir las vías y la atención pública sigue siendo el método predilecto para manifestar inconformidades sociales tan cómodamente ignorables.
A los actores políticos, líderes sindicales o gobernantes en turno les incomodan muchísimo las protestas, claro que disimulan tan bien que hasta a veces parece que ni se inmutan por las manifestaciones que les atañen, no como los inconscientes transeúntes renegones que casualmente justo tenían que pasar por donde, para su mala suerte, también se les ocurrió pasar a los manifestantes.
Como los tumultos empequeñecen al individuo, mejor que se aguanten calladitos porque hasta algunas concienciadoras acciones se pueden llevar. Los que protestan aprendieron que para exigir atención había que incomodar a otros que no tenían vela en el entierro porque, de otro modo, nomás no les hacen caso.
El respeto a la manifestación ajena involucra ser tan suficientemente tolerante como para dejar las prisas personales, lástima que a los checadores de entrada les falte conciencia y humanidad.
Los afectados por las protestas a veces nomás iban pasando y se les olvidó consultar ese día la información oportuna para tomar precauciones. Las consecuencias de vivir en una ciudad civilizada tienen que ver con soportar civilizadamente también las azarosas molestias del destino de otros.
Tomar vías alternas, despertarse más temprano y mantenerse informado son necesidades para vivir tan urbanizado como sea posible y si no les parece, pues que protesten invadiendo la atención ajena tal como debe de ser.
Los momentos ideales para manifestarse son las horas pico, justo cuando las prisas por llegar a algún lado en el que no se está son casi tan urgentes como manifestar los descontentos a las acciones del gobierno en turno, las exigencias de aumentos salariales y prestaciones o las solicitudes de urgentes modificaciones a leyes o reglamentos.
Las manifestaciones públicas suelen concluir una vez agotadas las mesas de negociación y alcanzados, al menos medianamente, los propósitos perseguidos. Luego el mundo puede seguir su curso como normalmente lo hace hasta que, en cualquier momento, alguna causa casi siempre legítima obligue a manifestarla públicamente.
Entonces se tendrá de nuevo que salir a las calles por voluntad propia o ajena y a través de discursos resumidos en cartulinas de colores vistosos, panfletos y megáfonos enterarle a los desenterados contra qué, o a favor de qué se está protestando, involucrando por supuesto a esa tríada de partes necesaria: los que protestan, a los que va dirigida y los que se ven afectados, esos mismos que nomás iban pasando y que regularmente, suelen ser distintos a los anteriores.