Enero 31
Los primeros días de enero me di cuenta que no tenía un calendario de este año. Anualmente procuro tener uno. Siempre lo coloco en la pared despejada, donde está el botón principal de la electricidad, en la habitación donde laboro, cuando estoy en casa.
No los adquiero como un adorno vetusto, para mí son objetos útiles, pues además del celular y el calendario para cartera —estos los consigo con los vendedores ambulantes, de los que abordan los autobuses—, son cronogramas que me indican el transcurrir de los días —que invento humano tan determinante—.
Igualmente, desde hace años, colecciono los calendarios y las agendas, más porque en ellos hago anotaciones del quehacer cotidiano o para recordar actos. El calendario lo guardo porque la imagen y publicidad me hacen referencia histórica en el ir social de las diversas estaciones por donde he deambulado.
Este año, para adquirir el calendario, hice solicitud abierta en las diferentes plataformas donde participo. En todas respondieron lectores, amigos y conocidos, hasta burócratas y políticos que han iniciado campañas anticipadas para los procesos de sucesión.
En el conjunto de las ofertas acepté el de mi amigo Antonio Martínez, propietario, junto con su esposa, de una carnicería en el barrio —carnicería de Lara— donde ahora resido. El documento trae la imagen de San Benito de Nursia —el que traen en los listones rojos algunos empleados de la actual administración estatal—. Me gusta este impreso, más porque en la sección de los días está el santoral católico y algunas fechas cívico—políticos.
Otro acto cotidiano, en el receso laboral, fue mirar series. Lo hice entonces porque me es complicado en la temporada de jornal ordinario. Atendí dos: Anatomía de un escándalo y La emperatriz. Las seleccioné por las historias y los actores.
La primera es inglesa, una tradicional historia de personajes con poder, tejida sobre violencias sexuales y corrupciones políticas. Hay dos temporadas, en México solo está la primera. Anatomía me atrajo por las actuaciones casi shakesperianas de un arrogante parlamentario y una sagaz abogada que acorrala a un violador.
La emperatriz es un producto alemán. Como la anterior, proviene de una novela. En este caso es casi la biografía de Elizabeth de Baviera, la penúltima emperatriz del imperio austrohúngaro. Aborda la relación con el emperador Francisco José de Habsburgo, las conspiraciones palaciegas y del poder en un vasto y vetusto impero europeo.
Para ir con tranquilidad informativa, abrí enlaces en el celular para saber referencias de geografía, redes de poder, personajes ficticios y existentes en la segunda mitad del siglo 19 europeo. La atracción de esta serie fue el mirar el tratamiento del segundo emperador mexicano, Maximiliano y su esposa.
Apreciado lector, el retrato que hacen de Max no es el de un personaje romántico y liberal —como lo pintan algunos mexicanos y estudiosos del segundo imperio mexicano—. En la serie aparece como un Caín que conspira contra su hermano Francisco José; Max es un joven ebrio sin estabilidad emocional. Creo que para Taibo II y sus huestes patrioteras, la serie es un guiño para sus narrativas.
Sugerencia
Ahora que está en boga la conmemoración de la primera Constitución política del estado libre de Zacatecas —fue sancionada por los diputados y promulgada por el gobernador el 17 de enero de 1825— como investigador del tema, le propongo un texto acucioso, bien redactado y sin boteprontismo coyuntural o subordinado: “La experiencia legislativa de Zacatecas, 1823-1832”, de la doctora Rocío del Consuelo Delgado Rodríguez, tesis doctoral presentada en el prestigiado Instituto Mora, en 2018 (https://mora.repositorioinstitucional.mx/jspui/handle/1018/521).
Posdata
Presento testimonio de duelo por el fallecimiento del doctor Eduardo Francisco Ríos Martínez. Me acongoja no haber concluido el sanedrín sobre su abuelo, don Manuel Martínez y García —escritor local sobre la batalla en Zacatecas, de 1914; fue secretario de Gobierno, en una administración de opositores a los revolucionarios de 1920—.