Constitución o muerte
En enero ocurrirá el bicentenario de la aprobación legislativa de la primera Constitución política del estado de Zacatecas. En los meses siguientes vendrán los aniversarios de la promulgación, publicación y jura del documento.
Traer a cuento estos hechos propiciará reflexionar sobre el constitucionalismo regional y su indisoluble vínculo con los procesos de construcción y formación del Estado mexicano; igualmente, estarán en los corrillos las circunstancias culturales, políticas y económicas del republicanismo, la federación, la división de los poderes, los rasgos y las competencias de cada poder político, sin falta algo sobre la ciudadanía (categoría distante y no del malogrado pueblo).
Quién sabe cómo serán en la postura gubernamental respecto del aniversario, porque las fechas coinciden con los procesos obligados de reformular la legislación estatal conforme a las reformas constitucionales del actual régimen.
Cualquier expositor tendrá que señalar su nexo o su deslinde de lo constitucionalizado hasta hoy. En 1825, la postura legislativa (entonces muy distante del jolgorio popular y de los asedios proespañoles, monarquistas y oportunistas sin rubo en la mudanza de los regímenes) expresó:
“Zacatecanos: ¿Veréis con una fría indiferencia este sufrimiento y constancia, cuando nada lo ha sostenido más, que el anhelo de vuestro bien, y el de proporcionaros esta Constitución? ¿No prestaréis gustosos vuestra obediencia a esta ley fundamental, que puede serviros de tabla, que os conduzca al puerto de vuestra felicidad? Sí; no hay que dudarlo, ni poner en problema vuestras virtudes.
“Ellas os harán reconocerlo, apreciadlo, y tributarle todo aquel respeto, y homenaje, que por muchas consideraciones le debéis, nadie es más interesado que vosotros; grabad en vuestros corazones la sabia e importante máxima del gran político Montesquieu: las naciones una vez se constituyen, no desechéis la que se os presenta; porque si tal yerro cometéis, preparaos a recibir las cadenas, que tan heroicamente habéis sacudido, y acaso se os remacharán para siempre. Unión, respeto a las autoridades, y obediencia a la ley, os harán escoger el primer extremo de esta terrible, pero inevitable disyuntiva: Constitución o muerte”.
Los no, en Chile
Hace un año, en la República de Chile ocurrió un proceso democrático para sustituir la Constitución proveniente del gobierno de facto del general Augusto Pinochet. El resultado fue el no, hubo rechazo. Fueron tantas las lecciones del plebiscito, que enuncio solo la elemental: La votación (allá es obligación votar) rechazó por mayoría (división de 55 en contra, 44 a favor) los cambios propuestos por las derechas. Lo mismo sucedió con la propuesta de las izquierdas. Los votantes optaron por mantener el texto formulado por la hegemonía de la dictadura.
La constitución chilena por supuesto ha tenido reformas en períodos de la socialdemocracia y los demócratas chilenos, lo que implica que en una democracia el camino son las reformas y éstas son lentas, sin acelere.
No soslayo que el establecimiento de órganos especiales, para formular la nueva constitución, implicó elecciones, procesos obligatorios.
El “pueblo, la ciudadanía, los chilenos -entiéndase hombres y mujeres, originarios o descendientes- debieron intervenir mínimamente en las elecciones de los representantes capacitados para redactar una propuesta constitucional. La representación no significó entregar la voluntad o la construcción de una hegemonía, sino la propuesta para un órgano especial que tuvo la capacidad de escribir, pero no el poder para convencer a quienes les votaron. Lección: fueron representantes, no delegados.
En cambio, las reformas constitucionales en México fortalecieron el Poder Ejecutivo, en detrimento de la División de Poderes, subordinaron más a las entidades y ocurrió una reelitización de grupos y personas elegidas de la clase política, aunque se desea disfrazar como una “transición de los de abajo”.
Posdata
La Constitución es un mito textual necesario que une, divide y configura una nación.