El tiempo de la prisa
Usted no está para saberlo ni yo para contarlo, pero desde hace algunas semanas ya no radico en la Muy Noble y Leal ciudad de Zacatecas. Sin embargo, no me impide estar al corriente del acontecer cotidiano de nuestro estado y nuestra ciudad, especialmente de aquello que se vuelve tendencia por algunas horas (en ese síntoma de nuestro tiempo del que precisamente voy a hablar).
Un par de semanas atrás las redes sociales se envolvieron en la discusión en torno a la cantidad de tráfico vehicular que circula por las principales arterias zacatecanas. Algunos ya llegamos a un punto crítico, mientras que para otros, especialmente si lo comparamos con ciudades más grandes, no es alarmante.
El caso es que la verdadera discusión versa sobre el tiempo y no sobre el tráfico. Algunos zacatecanos desean transportarse de un punto A a un B en la menor cantidad de tiempo, evitando tediosas esperas y logrando optimizar sus traslados, mientras que, para otros, los 15 o 20 minutos que se llevan de su trabajo a su hogar no representan mayor pérdida del tiempo vital.
Lo anterior me hizo pensar en lo que mencionaba arriba: la inmediatez es un síntoma de nuestro tiempo y las esperas nos parecen insoportables.
Pensemos en cómo era la vida hace cien años. Aunque ya había automóviles, era obvio que la mayoría de las personas se movían a pie o en el transporte público disponible, como el tranvía, mientras que para destinos más lejanos, estaba la gran red ferroviaria iniciada desde el siglo 19.
Viajar a otra ciudad implicaba reconocer un tiempo considerable de traslado; ir por ejemplo a Campeche o hasta Mérida desde Zacatecas o más al norte, era quizá impensable. Mi ejemplo puede parecer bastante burdo porque la vinculación entre la época y la capacidad tecnológica es obvia, pero por lo general la vida llevaba un ritmo más lento.
Y es que cada época histórica experimenta el tiempo de manera diversa. Aunque éste sea una cuestión física que determina ciclos naturales y vitales, el ser humano habita en él de manera distinta según su contexto y según su propia subjetividad (Como ejemplo, piense que no es lo mismo pasar una hora contestando un examen, que viendo un capítulo de su serie favorita o un partido de futbol).
¿Qué diría nuestra época sobre el tiempo? Nuestro contexto hoy dicta la aceleración, la prisa y muchas veces la ansiedad. El historiador Luciano Concheiro San Vicente en su libro Contra el tiempo habla de este fenómeno y menciona que hay un ciclo de retroalimentación entre los desarrollos tecnológicos, los cambios sociales y el ritmo de la vida.
Hoy sabemos que podemos conocer lo que sucede al otro lado del mundo de manera casi inmediata, con diferencia a veces de segundos. Pero, así como las noticias llegan y nos conmocionan con inusitada velocidad, con esa misma rapidez se nos olvidan.
Las redes sociales también provocaron un ansia de inmediatez que nos habitúa a scrollear en búsqueda de novedades, en un círculo a veces insaciable. Incluso nuestra indignación por y sobre algo dura una víspera, especialmente en redes sociales.
El caso es que, el hecho de que esperar 15 o 20 minutos en el tráfico nos parezca insoportable, habla mucho de las dinámicas contemporáneas y de cómo somos presas de la productividad y del ansia por hacer todo lo que tenemos que hacer en las 12 horas, o más, que dura nuestro periodo de vigilia, con los efectos que ya sabemos que esto tiene en nuestro cuerpo y en los sistemas de salud pública (estrés, ansiedad, depresión, enfermedades cardiovasculares, etc.).
Habitar el instante, sin prisas, es el gran reto de nuestra generación y probablemente de las que vienen.