Lo ordinario
La ficción ofrece una alternativa ante los límites de la capacidad humana. Desde los primeros registros narrativos se ha encontrado expresado el deseo por superar la frontera que restringe las posibilidades de los simples mortales.
Una vida ordinaria y un cuerpo corriente nunca han sido suficientes como para poder detener los deseos de los que nacen sin más poderes que los que su delimitado contexto provee. Muchas de las veces, después de sobrevivir, queda la capacidad de poder imaginar partículas de lo extraordinario dentro de lo común.
VIÑETA I
Llegas a la misma casa en la que has vivido el grueso de tu irrelevante vida y te sientas en el centro del universo, ese sillón que sacaste a plazos en Coppel y tiene cohabitando con tu cuerpo menos tiempo que la deuda y más evidente desgaste.
Asumes que, como todos los días, debe de ser hora de almorzar, comer o cenar algo que provea energía para seguir trabajando para seguir almorzando, comiendo o cenando con los sabores tan habituales como la salida y puesta diaria del Sol.
Lo de menos es el irrelevante y repetitivo ángulo de las espesas tres manecillas. Revisas que los lugares de confianza sigan ahí para que nada altere el orden privado de las cosas y todo exista sin sorpresa alguna, de la misma manera como te gusta respirar.
Te asomas al espejo y observas ese rostro familiar que parece haber envejecido más de lo que tú lo has hecho. Te preguntas si fuiste deseado por tus padres. Le sacas la lengua al reflejo y luego sonríes como si fueras el mismo niño cachetón que un día se asomaba ahí sin preocuparse de nada más que de conseguir las Pepsi Cards que le faltaban. Te vas a dormir con ganas de tener superpoderes como el de no distinguir de qué lado del espejo se puede soñar menos.
VIÑETA II
Entras a una tienda de autoservicio en la que siempre hay buenas ofertas en productos que no sabías que necesitabas. Recorres el pasillo de lácteos esperando que el destino te sorprenda con una versión de alguna película de ambiente y vieja sobre superhéroes como las del canal 5 pero, llegando a los Danoninos, todo sigue tan igual de estable y buga como lo basado en hechos reales.
Lees las etiquetas del helado napolitano y recuerdas algunas frases que la gente sube a sus estados de WhatsApp para luego olvidarlas a pocos segundos, como la que dice, “Desea lo que mereces” o la de “Dejar de querer es quererse también”.
Eventualmente, te pegan en el tobillo con un carrito repleto de latas chiquitas de Coca Cola dietética seguido por un “Ay perdón”, volteas para escupir maldiciones cual víbora ponzoñosa, pero te percatas que la suplicante se parece mucho a tu religiosa madre y lo sustituyes por un remediante: “no tenga cuidado”.
Te diriges a las cajas registradoras automáticas con seis huevos y un pollo rostizado que cuesta como si fuera medio porque ya pasan de las 9 de la noche. En la caja al lado tuyo, te sonríe una niña con los ojos más sobrenaturalmente negros que has visto en la vida, pero no sabes cómo contestarle porque hace ya mucho tiempo que tú renunciaste a la ingenuidad.
VIÑETA III
Bajo un padeciente Sol, recargas la cabeza en el hombro de tu novio que huele como a Hugo Boss con sobaco y residuos del día. Él se ríe a carcajadas por un albur que dijo su amigo mientras tú te imaginas cómo sería tener hijos con ese también hijo de alguien y cuya madre, quieres suponer, también imaginó.
Sientes el vientre más vacío que la gran nada y te preguntas qué pasaría con ese hipotético vástago tuyo si algo resultara igual o peor de lo que resultó contigo. Añoras disfrazarlo como su superhéroe favorito. Tu atención se desvía porque en el cielo color nieve sabor napolitano pasa una parvada de cinco grullas blancas que parecen saber muy bien a dónde van.
Un reseco beso te recuerda otros labios que decides mantener en un baúl bajo llave y que solo pueda abrir la versión de tu boca que menos orgullo te da. Te despides de la banda, recién entrada esa veraniega noche en la que, todavía sin saber, fuiste más joven que nunca. Cuelgas un par de fotos en Instagram en las que apareces abrazada y añades la leyenda: “Desea lo que mereces”.